#187: Hora de partir - 2010-08-27

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Al rato de desayunar, Hugo tomó un abrigo viejo, unos pantalones y un sombrero que el abuelo Lucas había olvidado en la casa, y vistió a Sapocop con ellos. Lo que quedaba de batería del robot fue consumido en el camino a la casa de los Gutiérrez, que estaban en plena sesión de práctica.

Hugo y Pedro seguían asistiendo regularmente a clases de Karate, pero no habían asistido desde el 11 de Enero. Eliana abandonó a fines de septiembre, y luego de su huelga de hambre ella decidió practicar por su cuenta mientras no recuperaba sus fuerzas. Rosa, en tanto, hace harto tiempo que no quería nada con las artes marciales.

Al ver Hugo a Carola, la abrazó y se puso a llorar. Luego, le entregó una bolsa que contenía el control remoto de Sapocop y un manual de operaciones. Carola le prometió que, la próxima vez que salieran del país, saldrían juntos y solos. Hugo agradeció el gesto, pero no dio crédito a sus palabras.

El resto del día, la familia Martínez Gómez se preparó para el viaje.

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Rosa desempolvó el yukata que la abuela Atsuko le dio cuando fue teletransportada a Japón. La había usado un par de veces, pero no es como para salir a la calle en un pueblucho de Chile, ya que la gente ignorante le dice cosas feas como "Geisha". Una geisha es una artista, no lo que Occidente piensa que es. Y las geishas se maquillan la cara blanca (Rosa nunca se maquilla) y usan peinado estilo Shimada (no Hime con una cinta en el pelo), usualmente una peluca. Y todas son japonesas (excepto una australiana que logró hacerse geisha el 2007).

El yukata es una vestimenta de verano, usualmente usada en situaciones especiales. La palabra significa literalmente "ropa para [después del] baño", aunque su uso no se limita a ello. Rosa viste el yukata porque Atsuko se lo regaló, para hacer honor a su sangre japonesa, y para soportar el calor que la espera en Santiago.

Mientras arregla su equipaje, Rosa se encuentra con un plato vacío, que ella usaba para alimentar a Mimí. La gata está con los abuelos, desde el 14 de Enero; ellos están inubicables, y todavía no le devuelven el dinero a su hija. Si la cédula de identidad de Clara hubiese estado en esa billetera, la pronta renovación de su pasaporte - y, por ende, el viaje a Japón - habría sido imposible.

Al atardecer, un cartero se detuvo en casa de los Martínez Gómez. Era una carta certificada, cuyo remitente era una agencia de viajes en Las Condes. El sobre contenía un formulario, unas tarjetas con dibujos de colores, y un papel de cuaderno con letras rojas grandes que decía:

“ ESTOS DOCUMENTOS ME COSTARON UN MILLÓN DE PESOS APROXIMADAMENTE. NO LOS PIERDAN. - 西田 温子”

Al reverso, el papel de cuaderno tenía un mensaje manuscrito, dando instrucciones sobre el uso de esos papeles. El formulario, en inglés y japonés, se debe llenar por cada integrante de la familia, y se presenta junto al pasaporte y las tarjetas de colores, para recibir pases para andar en tren en Japón (JAPAN RAIL PASS). Esos pases no se pueden comprar dentro de Japón, así que había que cuidarlos tanto como el mismo pasaporte.

Una vez listas las mochilas con ropa y alimentos para el viaje, la familia se acostó a dormir, temprano. Al otro día, en el primer bus partieron a Santiago.