#218: Shimbashi - 2011-02-21

Tōkyō, 7 de Febrero de 1995.

Un día frío, pero no tanto - mínima de 2°C - esperaba a los Martínez Gómez en la capital japonesa. Diez y cuarto de la mañana, y no hallaban qué hacer, mientras Juan, Hugo y Eliana estudiaban un mapa de Tōkyō con sus líneas ferroviarias y de metro.

Hasta ahora, sólo una cosa era cierta. Tendrían que pagar. En Sapporo y Otaru, varios puntos estaban a poca distancia entre sí, y los puntos más lejanos eran accesibles a través de buses y ferrocarril operados por JR Hokkaidō, así que el pase cubrió todos los gastos. Pero los pases no sirven para los metros de Tōkyō (llamados “Eidan” y “Toei”), y las direcciones estaban dadas en relación a estaciones del metro Eidan. Elegir la ruta menos costosa y más directa era un problema difícil de resolver.

Estaban detenidos en un puente a dos cuadras al oeste de la estación Tōkyō, que cruza uno de los canales que circundan el Palacio Imperial, residencia del Emperador de Japón. Ellos no habían reparado en ese detalle, ya que sólo veían árboles al final de la calle, y no estaban interesados en recorrer los alrededores. Los árboles sobre el puente no tenían muchas hojas, y la sombra de los edificios no llegaba hasta donde estaban parados.

Pronto Rosa abrió los ojos, y se descubrió a sí misma en una posición incómoda, como quién está recostada durmiendo sobre dos asientos de un tren, excepto que con el cuerpo rígido y apoyada sobre un parapeto del puente. Tenía todo el cuerpo mojado y muy frío.

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- “ ¿Ah? ¿Qué pasó? ¿Dónde estamos? ¿¡POR QUÉ NO PUEDO MOVERME!? ”

- “ Estamos en Tōkyō, Rosa. ” - respondió Hugo - “ Cuando llegamos a Aomori nos encontramos con la sorpresita. Si no fuera por los ronquidos habríamos creído que estabas muerta. ”

- “ ¿¡Qué!? ”

- “ Tu vagón estaba cubierto de nieve, que había caído desde las ventanas que dejaste abiertas. Te cubrimos con una frazada y te sacamos; casi perdemos la combinación. Lo más extraño de todo es que nadie nos dijo nada, aunque el vagón donde subimos en el tren bala en Morioka estaba lleno de gente. ”

- “ Quizás pensaron que eras una estatua, una muñeca o algo así. ” - agregó Pedro.

- “ ¡Si hubiese sido así, habrían tenido que pagar por carga! ¡...Oy, ya puedo mover los brazos... pero no las manos! ”

- “ Rosa... ” - Hugo se paró en frente de ella, que tenía los ojos abiertos de par en par y la cara pálida como una muerta - “ ¡Deja de asustarnos de esta manera! ¿Ya? ”

- “ ¡Pucha, lo siento! ¡No me di cuenta que me iba a congelar! ”

- “ ¡Te puedes morir si sigues así tan al frío! ” - Don Juan protestó - “ ¡Ojalá mi madre no nos vuelva a mandar a Hokkaidō, o a algún lugar donde haya nieve! ¡Seguro la próxima vez no la cuentas! ”

Rosa se puso a llorar. Repentinamente, sus rodillas cedieron, y Rosa pudo moverlas. En realidad, hace rato que estaba descongelada, pero había mantenido la rigidez por acostumbramiento nervioso.

- “ Ya, cálmate, Rosa. Lo importante es que estás viva y que aparentemente no te pasó nada. Ahora, necesitamos que nos ayudes a descifrar el mapa, para que podamos entregar los mensajes rápidamente sin tener que pagar mucho por los viajes. ”

Pero Rosa estuvo cerca de diez minutos llorando. Don Juan tomó la decisión de tomar el tren hasta la estación Shimbashi, ya que a cinco cuadras estaba una de las direcciones.

Fue más largo el tiempo en caminar hasta y desde las estaciones que el tiempo de viaje mismo. El sistema de ferrocarriles de Tōkyō es una locura; los trenes son larguísimos con muchos carros, y pasan muy seguido. A veces hay dos trenes pasando simultáneamente, aunque no se detienen en las mismas estaciones. El tren bala también pasa por ahí, en un carril elevado. Y los altoparlantes tenían melodías muy simpáticas y locución en japonés e inglés. A esa hora no había “tanta” gente; en hora punta todos los trenes van repletos.

La dirección correspondía a un estudio fotográfico. Rosa preguntó por la persona a la cual iba dirigida el paquete, y el fotógrafo le dijo que ya no trabajaba ahí. La cajera entonces pidió permiso, y llamó a Rosa para que conversaran adentro.

Rosa salió del estudio con una expresión de mucha pena en su rostro. Aún tenía el mensaje en sus manos.

- “ Se suicidó. El señor Takeda se suicidó. El 21 de enero. ”

La cajera era una vieja amiga del señor Takeda. Estaba enamorada de él, y nunca pudo decírselo. Cuando ocurrió el terremoto, el señor Takeda viajó a Kōbe, y encontró el hogar de sus padres, el primer piso de un edificio de departamentos, colapsado. Mucha gente murió en ese edificio, y Takeda pensó que sus padres también habían quedado aplastados. Pero el mensaje decía otra cosa. Los padres del señor Takeda estaban de vacaciones en Canadá, y no supieron del desastre hasta hace una semana atrás...

Los Martínez Gómez pasarían el resto de la mañana viajando por Tōkyō, entregando mensajes. Esta vez, ni siquiera se dieron la molestia de tomar desayuno, sólo les importaba terminar rápidamente con los encargos.