#396: Me acordé que tenía un diario - 2016-01-30

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Ya está decidido. El primero de febrero tomaremos el tren de la mañana a Talca, para después viajar a Chillán, de vuelta a la casa de la tatarabuela. Allá nos esperan dos semanas de intenso trabajo, tras las cuales María nos tiene guardada una sorpresa. Después de eso, volveremos a casa y comenzaremos nuestras clases.

Aún no me matriculo, no sé en qué liceo voy a ir. El politécnico donde estudia Hugo tiene las especialidades de Atención de Párvulos, Electricidad, Forestal, Mecánica Industrial, Procesamiento de la Madera y Servicio de Alimentación Colectiva. Probablemente me quede en esta última, aunque no sé si es realmente lo que yo quiero. En realidad no sé lo que quiero hacer en el futuro. No quiero tomar esa decisión, mucho menos ahora.

El jueves 18 fue el cumpleaños de Eliana. Increíble que ya tiene doce años esa niñita, si aún parece como de 9 o 10 años. Comimos helado hasta reventar, y salimos a pasear a un cerro.

El fin de semana fuimos a casa de los Gutiérrez, a jugar con una consola de videojuegos que ellos compraron. Tenían un juego de peleas con superhéroes que daban unos saltos muy altos y se atacaban en el aire. Cuando salimos, Eliana dio uno de esos saltos e imitó los movimientos del personaje que ella eligió; es la única que puede hacer algo así.

Esa noche tuve un sueño muy absurdo. Resulta que en ese juego había un luchador muy grande y fuerte, que golpeaba con un fierro pesado. Soñé que Pedro estaba en un ring como de boxeo pero más grande y que peleaba contra ese hombre. Al principio fue difícil para Pedro pero aún así pudo derrotarlo. Después él se picó y tuve que meterme en la pelea para que se sosegara, aunque después de que lo tumbé a patadas él me tomó y lanzó lejos. Finalmente Pedro consiguió noquearlo, y ahí no volvió...

... no, mentira. Se volvió a levantar, estábamos los cuatro sobre el ring y el luchador levantó el ring y lo volteó. Sí, fue ahí cuando desperté.

Otro día salimos a la playa del mar. Pedro con sus castillos de arena (esta vez con ayuda de Hugo), Eliana tomando el sol (aunque esta vez se cubrió el cabello con una toalla) y yo nadando. Después se unió la tatarabuela y salió a pasear con Eliana. Volvieron a casa de noche, quién sabe a dónde habrán llegado.

Conforme van pasando los días me siento más tranquila, aunque sigo un poco triste. La verdad es que llorando no voy a cambiar nada. Hay que mirar hacia adelante y aceptar que nada va a ser como antes.