#185: Presentación en familia - 2010-08-17
Carola se quedó de amanecida con Hugo, trabajando en el robot. A mediodía del domingo, agotada pero muy contenta, volvió a su casa. Hugo durmió un par de horas y siguió trabajando. Eliana trabajó en dos tandas de cuatro horas durante el domingo, y a las 20 horas ya estaba en cama durmiendo.
Mientras tanto, Rosa y Pedro ayudaban en las tareas de la casa. La ropa de colegio y los útiles escolares ya estaban listos, pero había que empacar para el viaje. La abuela Atsuko sugirió viajar con sólo una muda de ropa por persona, ya que ella iba a comprar ropa para todos al llegar, pero advirtió de las bajas temperaturas que enfrentarán en Japón y la escala en Nueva York.
Estaba casi todo listo para partir, y los que durmieron esa noche - todos menos Hugo - soñaron con la última vez que habían visto a los abuelos, durante la navidad de 1985. Pedro no recordaba esos días, pero aún así soñó inspirado en las fotos que quedaban de esa ocasión.
Pero la mañana siguiente, el tema de conversación en la casa sería otro.
Lunes 31 de Enero de 1995.
Pedro rápidamente bajó al taller, y las niñas lo siguieron tras cambiarse de ropa. La puerta del taller estaba cerrada, y Hugo estaba haciendo mucho ruido en el interior. Luego, un chispaso se hizo ver por debajo de la puerta, y luego el taller quedó a oscuras.
Al abrir la puerta, los chicos se encontraron con un chiquero, lleno de papeles desparramados, chips valiosísimos dejados al alcance de la planta del zapato, y algunos destrozos varios. Al medio, una figura inmóvil, de cerca de dos metros de altura, yacía cubierta por una sábana negra... Al verla, Eliana y Pedro discutieron en secreto, mientras Rosa miraba atónita... Pero Hugo apareció desde debajo de la mesa, y se paró enfrente de sus hermanos para explicarles lo sucedido.
Una vez instalado el robot al lado de la puerta, aún cubierto en la sábana, comenzó el discurso de Hugo. Curiosamente, sin la presencia de Mamá y Papá, quiénes todavía seguían durmiendo.
Todos aplaudieron, dejándose llevar por la emoción.
En efecto, Hugo estaba muy nervioso. Todavía estaba en su mente el recuerdo de la “ máquina teletransportadora ” y los problemas que había ocasionado, sin mencionar la cuenta de energía eléctrica por más de trescientos mil pesos chilenos de la época, que aún no estaba del todo saldada. Por cierto, la idea de usar la máquina - desmantelada en cuanto Rosa volvió a Chile - para viajar a Japón resultaba absurda y altamente peligrosa, y probablemente habría sido más cara en cuanto a energía eléctrica que los pasajes de avión ida y vuelta...
Hugo finalmente levanta la sábana y muestra un armatoste metálico, de forma humanoide, que se encontraba sentado en forma inerte sobre una silla de mesa.
Pedro se rió fuertemente, mientras Eliana explicaba.
Pedro levantó la mano.