#415: Luis Emilio Gómez Rodríguez - 2016-10-11

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“ Fue en 1914, cuando egresé de la Escuela Normal de Preceptoras de Chillán. Para celebrar, nos fuimos de vacaciones con mi padre a Penco, con unos familiares.

“ Luis venía de una familia de pescadores, y tenía una lancha, en la que dimos un paseo por la costa. Me acuerdo que yo le preguntaba de todo, aunque no recuerdo los detalles. Era la primera vez que andaba en alguna embarcación, y estaba fascinada con lo que estaba viviendo y con las cosas que Luis me contaba. Yo tenía 20 años, pero era muy inocente: con mi dedicación a los estudios, no había vivido nada.

“ Según las reglas de la época, yo tenía que volver a Chillán para hacer clases en una escuela que me habían asignado, y tenía que permanecer ahí durante un mínimo de seis años antes de buscar un mejor empleo. Por eso mismo, yo no quería buscar novio todavía, aunque corría un gran riesgo de quedarme solterona. Era difícil casarse en ese entonces.

“ Corría 1916. Para mí era un día común y corriente, y ya me había desocupado de mis labores diarias. Lo vi camino a la casa, conduciendo una carreta con mercaderías. Me invitó a subir a la carreta, y conversamos. Le hablé de mi trabajo como profesora, y él me habló de su vida como pescador. Me dijo que había trabajado como operario de una fábrica en Concepción y no pudo soportar el extenuante horario de trabajo. Además, exigían trabajar de lunes a domingo, lo cual va en contra de uno de los diez mandamientos, y por lo tanto es inaceptable. Por otra parte, como pescador artesanal, aunque dependía de cómo estuviera la pesca, era libre de decidir cuándo trabajar y cuándo no.

“ Antes la pesca en Penco era mucho mejor que ahora, y un pescador hábil podía conseguir suficiente pesca como para darse el lujo de ahorrar para los tiempos de las vacas flacas. Con sus ahorros, decidió venirse a Chillán a buscarme, porque quería casarse conmigo. Yo le dije que quería que nos conocieramos mejor, que pasáramos un tiempo antes de casarnos, además que yo tenía que seguir haciendo clases en la escuela en Chillán hasta 1920.

“ Entonces él decidió mudarse a Chillán. Como no tenía dinero suficiente para comprarse una casa, y no había trabajo para alguien como él, mi padre decidió admitirlo en nuestra casa y pagarle un sueldo para que hiciera trabajos de limpieza, jardinería y mandados varios.

“ Nos casamos en 1918. Para celebrar, nos fuimos de viaje a Chiloé, y en eso quedé embarazada. Cristián nació a fines de ese año, luego vinieron Andrea en 1921 y José en 1924. José murió joven, en 1948, de tuberculosis. A Cristián lo mató un compañero de trabajo en 1973, después del golpe, posiblemente por razones políticas. Andrea ya no vive en la casa donde vivía en San Carlos, así que no sé si sigue viva o no.

“ En 1927 murió mi padre, y me heredó esta casa y varios terrenos que tenía arrendando. Después vino la crisis económica, y nuestros inquilinos se fueron. No queríamos vender, porque sabíamos que la inflación haría que nuestro dinero perdiera valor rápidamente y porque nadie querría pagar lo que realmente valían esos terrenos.

“ Luego vino el terremoto de 1939, el cual nuestra casa resistió con pocos daños, sobre todo considerando el desastre que había ocurrido a nuestro alrededor. Como durante 10 años habíamos tenido poca suerte para encontrar arrendatarios o compradores, decidimos traspasar estos terrenos al Fisco. Además, hicimos generosos aportes en víveres a los damnificados. Fueron años bastante difíciles, y tuvimos que trabajar muy duro para poder salir adelante.

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“ Cristián se fue a vivir a Santiago en 1940, y en 1943 se casó Andrea. José nunca encontró novia, a pesar de ser estudioso y trabajador, porque era muy enfermizo. Nosotros esperábamos verlo morir tarde o temprano en nuestra casa, aunque pensamos que sería mucho antes.

María pausó varias veces durante su relato, pero después de decir estas últimas palabras, cerró sus ojos y se puso cabizbaja. Había algo que la embargaba y que no quería divulgar. Finalmente se puso de pie, y salió al patio a tomar aire, sin decir nada más.

Los chicos se miraban, confundidos, pero sin atinar a preguntarle a María qué sucedía. Entonces Rosa, en traje de baño debido al calor, los llamó al comedor a almorzar.